Cuando pienso en mi Leticia como mi profesora de yoga, no pienso solo en las clases. Pienso en como
acompaña, en una voz que sabe cuándo guiar y cuándo callar, en una mujer que sostiene espacios de
transformación con humildad y entrega real.
He aprendido con ella a escuchar mi cuerpo a ir más allá del movimiento. A detenerme. Como formadora,
tiene esa mezcla rara y preciosa de rigor, sabiduría y cercanía. No impone, propone. No te coloca en un
molde, sino que te da herramientas para encontrar tu propia forma, tu propia práctica, tu propia voz.
He sentido que su formación no está pensada solo para que sepas hacer una secuencia, sino para que
comprendas profundamente el por qué, el cómo y, sobre todo, el desde dónde lo haces.
Si estás dudando, solo te diría esto, si te cruzas con una maestra de verdad, lo sabes. Y yo lo supe desde el
principio.